Aunque los objetivos económicos, sociales y medioambientales de ambos tipos de inversión son los mismos, y entre ellos se completan, sus procesos y aplicaciones difieren. Mientras el primero pone el acento en la medición; el segundo lo hace en maximizar una impronta positiva.
Cambio climático, igualdad social y económica, crecimiento sano y pleno empleo, acceso a recursos e infraestructuras, instituciones sólidas, paz y justicia. Son algunos de los principios que engloban los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas para construir un planeta más sostenible. Para alcanzar estas metas, la ONU calcula que hasta 2030 se necesitarán entre 5 y 7 billones de dólares anuales y para alcanzar la neutralidad climática –es decir, la no emisión de gases contaminantes– entre 3 y 5 billones adicionales cada año.
En la búsqueda de conseguir este crecimiento apoyado en una triple rentabilidad –económica, social y medioambiental–, autoridades y tejido empresarial están impulsando la sostenibilidad a partir de la aplicación de los criterios ESG (Environmental, Social, Governance, en sus siglas en inglés; ASG, en español) y del fomento de proyectos que generan retornos a largo plazo en comunidades vulnerables. Dicho de otra forma más sencilla y en palabras de Quyen Tran, directora de Inversión de Impacto BlackRock: “La inversión ESG evalúa cómo trabaja una empresa y la inversión de impacto que produce u ofrece dicha compañía”.
El análisis ESG como parte del análisis fundamental
De este modo, la inversión sostenible o inversión ESG va más allá de la gestión eficiente de los recursos naturales e implica que las organizaciones en general lleven a cabo una serie de acciones dirigidas al cuidado ambiental del planeta, la igualdad social y las buenas prácticas corporativas. Acciones que buscan beneficiar al conjunto de los ciudadanos y que desde el ámbito regulatorio se trata de medir y cuantificar.
En este sentido, a la hora de identificar empresas para incorporar en las carteras, las gestoras de inversión aplican métricas ESG junto al análisis fundamental (examen exhaustivo de las compañías a nivel de ratios financieros, equipo directivo, ventajas competitivas y barreras de entrada). Según las estimaciones de Goldman Sachs, los activos ESG bajo gestión en fondos de inversión ascendían el año pasado hasta los 2,1 billones de dólares. En España la inversión sostenible se acerca a los 380.000 millones de euros gestionados, según el Foro de Inversión Sostenible, SpainSif.
BBVA ha incorporado la sostenibilidad como una prioridad estratégica y ha impulsado la financiación sostenible ya en 2007, cuando participó en la primera emisión de un bono verde a cargo del Banco Europeo de Inversiones. Una década después participó en el Compromiso de Katowice, junto a otras entidades bancarias, un pacto para ajustar las carteras de préstamos a los objetivos marcados en el Acuerdo de París contra el cambio climático. Este propósito se reafirmó en 2019 al suscribir, con otros 206 bancos, los Principios de la Banca Responsable, y en 2021 al ser cofundador de la NZBA (Net-Zero Banking Alliance), una alianza bancaria de cero emisiones netas. Si este escenario se traduce en cifras, BBVA ha comprometido hasta el año 2025 hasta 300.000 millones en financiación sostenible.
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