El futuro de internet está a la vuelta de la esquina. Frente a la creación de oligopolios tecnológicos y la recopilación masiva de datos de la Web 2.0, todo apunta a que vamos a pasar a una nueva fase menos global, con más regulación pública y distintas formas de resistencia a cualquier gobernanza.
La historia de internet y las tecnologías digitales ha vivido hasta ahora dos épocas. En la primera, la innovación provino principalmente de instituciones estatales gracias a capitales públicos: DARPA, la agencia del Departamento de Defensa de EE. UU., jugó un papel central en el desarrollo de Internet y de muchas otras patentes, como el GPS, el microprocesador o las baterías de litio. En Europa, fue en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, en sus siglas en inglés), con sede en Ginebra (Suiza), donde Tim Berners-Lee y Robert Cailliau implementaron el primer protocolo http.
A partir de estas innovaciones se organizó la segunda era digital, la que, desde hace unos treinta años, protagonizan grandes empresas privadas capaces de comercializar estas tecnologías en todo el mundo, obteniendo enormes beneficios a cambio de servicios y productos cada vez más eficientes. Estas dos fases económicas también tienen su correspondiente en la evolución de Internet.
En el primer modelo, la información se transmitía a través de sitios estáticos sin posibilidad de interacción, luego llegó la Web 2.0, donde desarrolladores y usuarios tomaron las riendas del medio. La digitalización, por tanto, siempre ha tenido dos caras, la económica y la tecnológica, y todo apunta a que nos enfrentamos a un nuevo cambio de fase.
De hecho, entre los efectos colaterales de la segunda era de Internet están los abusos en la recopilación de datos personales, así como la propensión a crear oligopolios supranacionales por parte de gigantes tecnológicos como Alphabet (Google), Amazon, Apple, Meta Platforms o Microsoft. Frente a estos desafíos, se están desarrollando dos respuestas diferentes y, en muchos sentidos, antagónicas.
Límites del legislador
Por un lado, asistimos al intento de gobiernos e instituciones públicas de recuperar protagonismo, si ya no desde el punto de vista inversor, al menos a través del papel de reguladores. El objetivo es producir iniciativas que permitan a las plataformas alimentar legítimamente su negocio, pero con límites claros impuestos por el legislador.
En abril de 2022, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, con ocasión de la presentación de la Declaración para el Futuro de Internet, aseguró que “Internet ha reunido a la humanidad, como nunca antes en la historia. Hoy, y por primera vez, países con ideas afines de todo el mundo están creando una visión común sobre su futuro, para que los valores que consideramos legítimos offline también estén protegidos en línea”.
Espacio digital más seguro
Este enfoque también incluye normativas como el Reglamento Europeo para la protección de datos personales (RGPD), de 2016, o la Ley de Mercados Digitales y la de Servicios Digitales, que, a partir de 2024, pretenden tutelar la competencia y crear un espacio digital más seguro. Incluso en EE.UU., la política intenta vigilar más de cerca el comportamiento de las grandes tecnológicas en cuanto a desinformación o recopilación de datos. Finalmente, en la primavera de 2021, el G7 alcanzó un primer acuerdo sobre el Impuesto Mínimo Global, una tributación para las multinacionales, entre las que destacan las digitales.
La otra respuesta frente a la demanda de cambio es la encarnada por la llamada Web3, cuyo objetivo es romper el oligopolio de las grandes plataformas a través de un modelo de desintermediación soportado por la tecnología blockchain. Sin embargo, la idea libertaria detrás de este enfoque genera muchas dudas, como las expuestas por la campaña internacional Keep the web free, say no to Web3.
Según sus detractores, este supuesto ‘futuro de Internet’ “podría crear una sociedad aún más estratificada, socialmente y económicamente”. Jack Dorsey, el fundador de Twitter, también ha asegurado que “La Web3 no te pertenece. Pertenece a los capitalistas de riesgo y sus sociedades limitadas. Al final será otro ente centralizado con diferente denominación”.
Sea como fuere, está claro que estamos ante un cambio que podría dibujar una tercera era de Internet menos global y sujeta a una mayor regulación pública, pero con distintas formas de resistencia a cualquier forma de gobernanza.
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